martes, 19 de julio de 2011

Teoría y práctica del mercado del ocio

Esta fue una entrada de blog que publiqué muy poco después de que hubiera "coordinadores" en SLP, donde ya les insinuaba que se estaban equivocando, con su tendencia al feudalismo y al monopolio.  Siempre fui partidario de que hubiera muchos organizadores habituales de eventos, que incluso compitieran entre sí.


El Belingo vs. los clubes de alterne, teoría y práctica del mercado del ocio

Me comenta María del Ancho Mar que esos locales también daban de comer.  Por supuesto.  Esto es una parábola.  En nuestro caso concreto fueron locales de alterne y prostitución (de lujo, insisto; discretos, sin escándalos, sin reyertas ni policías) pero podían haber sido talleres de chapa y pintura.  No estoy juzgando el contenido de sus actividades, sino el hecho de que, para nosotros, suponían un obstáculo geográfico, una especie de barrera física y psicológica para nuestra clientela.

De todas formas, voy a limar un poquito algunas frases, para evitar que nadie deduzca que estoy criticando a esos locales.
¡Gracias, María!

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El Belingo fue un local de actuaciones teatrales (y musicales, aunque menos) entre semana y de parranda canaria los fines de semana, especializado en rones en cuanto a la bebida.
Era pequeñito, con un aforo oficial de 45, pero que en multitud de actuaciones, duplicaba la entrada o incluso llegó a superar en más de una ocasión las 100 personas dentro, cuyo encaje en tan reducidas dimensiones era todo un misterio.

Por su actividad y estilo, el cliente objetivo se movía entre los siguientes nichos: amantes del teatro, la música y la cultura, amantes de lo canario; muchísimos jóvenes progres (muy jóvenes) con poco dinero, etc.

Pero teníamos un tremendo handicap, los clubes de alterne:
El Belingo estaba en la parte estrecha de Franchy y Roca, esquina con Joaquín Costa, justo en el centro de un primer anillo de 5 clubes de alterne de lujo y un discreto prostíbulo que nos rodeaban todos a menos de 50 pasos.  En el segundo anillo de locales que nos rodeaba algo más lejos, a unas cuantas calles de distancia, predominaban establecimientos de la coca y las pastillas.
Para llegar a él había que desviarse de las rutas normales que nuestra clientela potencial tenía en aquellos años.  Ni una sola alma llegaba allí "por casualidad", tenían que ir ex-profeso, y eso era muy difícil de conseguir todos los días habiendo tanta oferta en el Puerto por aquella época.
Como esa intersección de calles era zona de clubes de alterne y tenía una entrada un tanto discreta, en muchas ocasiones entraban grupitos de hombres maduros a ver qué se sancochaba por allí.   Pero les alcanzaba a la primera copa y se iban volando.
También sucedió en varias ocasiones que las niñas de dichos clubes, al cerrar sus locales, se metían allí para ver si conseguían algo.  Pero yo tenía la política estricta de que se les cobraran las copas como a cualquier cliente, a pesar de los ofrecimientos que nos hicieran, así que tampoco tuvieron chance (porque necesitábamos una imagen claramente diferenciada).

Jamás toleré el tráfico o consumo de coca dentro del local e incluso ponía en la calle a los coleguitas que se liaban un porro a escondidas en un rinconcillo; aún cuando yo soy de los que opinan que el cuerpo de cada uno es de cada uno.

Renunciando al mercado del sexo y al de las drogas (que es como se mantienen realmente muchos otros locales), ¿cómo fue que conseguimos tanto éxito, hasta el punto que en nuestro último año teníamos  todos los fines de semana el local lleno y a otras 200 personas fuera en la calle toooda la noche?
Ya hablaré de eso otro día.

Ahora me quiero centrar en nuestro mayor problema, los locales de alterne de lujo que nos rodeaban, el ambiente de esas dos manzanas (hombres discretos de chaqueta y corbata que pagaban la friolera de 15.000 pesetas por una botella y el derecho a hablar con una mujer).
Cómo hacer para enderezar las rutas de circulación de nuestra clientela potencial y desviarlas a nuestro local, en un cruce de caminos tan claramente desafecto a sus gustos.

La solución fue la competencia, por partida doble:
1.- Por una parte manteníamos tratos correctos con esos locales.  Si nos pedían una botella de whisky porque se habían quedado sin ella, nosotros se la prestábamos y ellos nos la devolvían al día siguiente, como es habitual entre bares.
Pero hacíamos todo lo posible para que esa calle fuera vía de tránsito de gente joven de otro estilo, hasta tal punto que los tarjeteros de dichos clubes llegaron a decirnos en más de una ocasión que, si seguíamos así, les íbamos a espantar su clientela.
2.- Pero lo fundamental fue ayudar a que nuestra competencia directa se instalara cerca de nosotros.  Al tiempo un cantautor arrendó un local muy cercano que llevaba mucho tiempo cerrado.  Por ejemplo, como no tenía mucho dinero ni coche, nosotros le brindamos que podía encargarnos compras cuando íbamos con nuestra furgonetilla a los Cash & Carry.  Le comprábamos parte de su mercancía y él nos la iba abonando (sin intereses, por supuesto).  Todo con tal de que ese local se abriera.  Le imprimíamos (gratis) los volantes de las actuaciones en su local.  Muchos detalles así.  De hecho, aparte del primer concierto del dueño, el segundo se lo organizamos nosotros y actuó uno de los compañeros que trabajaba en el Belingo.
Un día algún amigo me dijo: "Ahora van a tener competencia y van a perder clientela".  "Para nada", le contesté.  "La competencia es buena.  Ahora es cuando tendremos clientela asegurada."
Cuando ya este segundo local empezó a funcionar, otros fueron arrimándose un par de calles más allá, con lo que conseguimos que esa zona fuera nuestra durante esa época.  Si la clientela no venía a primera hora, llegaba a última.  Si no era un día, era otro.  Pero toda la zona se llenó de gente que entraba en nuestro local.

Moraleja:  cada vez que alguno organice un evento, no se olvide de pedirle a su competencia directa que organice otro para el mismo día.  Lo importante es conseguir que haya mucha actividad y mucha gente pendiente de lo que se hace por estos lares.  En la industria del ocio, de la cantidad nace la calidad.

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